Esto sucedió un día. Una vez el Coyote fue a la presencia de Dios y le pidió permiso para comerse a los hombres; Dios le contestó al Coyote: primero tienes que ayunar. Si logras ayunar, sí vas a
poder comerte a mis hijos. Dios llamó al Tlacuache y le dijo: el Coyote va a ayunar, no lo dejes; hazle lo que sea para que no ayune.
El Coyote por ahí andaba con su ayuno, cuando escuchó que le llamaban: Hey, tú, Coyote, ven acá (lo llamaba el Tlacuache que estaba sentado en un maguey); ven acá y bebe un poco de aguamiel. El Coyote le responde: No, no voy a beber. Así me lo indicó Dios; él quiere que yo ayune para que me permita comerme a sus hijos, los hombres. El Tlacuache nuevamente le dice: ven y bebe; no te va a ver Dios, ni yo te voy a acusar. El Coyote, como ya tenía mucha sed, dijo: Sí, voy a beber. El Coyote se acercó y bebió un poco de aguamiel; cuando de nuevo iba a meter su cabeza en el maguey para beber, el Tlacuache, lo empuja y se queda atorado por la cabeza en el cuenco del maguey. El Tlacuache se echa a correr y huye. El Coyote tenía bien atorada su cabeza en el maguey, se retorcía tratando de zafarse, pero estaba bien atorado. Cuando logró zafarse, el Coyote estaba bien enojado, y dijo: donde lo encuentre, me lo como, sí me lo como.
El Coyote de nuevo anda deambulando; ahí va, buscando al Tlacuache. Cuando lo encuentra, está empujando un peñasco. Se acerca el Coyote y le dice: ahora sí te voy a comer Tlacuache ¿por qué me andas engañando? Cuando iba a beber el aguamiel, me empujaste dentro del maguey. Le contesta el Tlacuache: yo no soy ése. El que te atoró en el maguey, ése es el Tlacuache del aguamiel. Mira, aquí yo estoy deteniendo este peñasco para que no se caiga. Yo soy el Tlacuache del peñasco. El Coyote miró hacia arriba, y le pareció que se caía el peñasco; esto es porque al moverse las nubes, daban esa impresión. El Tlacuache le grita: Ayúdame, ayúdame, para que el peñasco no se caiga sobre nosotros. El Coyote creyó que se caería el peñasco sobre de ellos, y se apresura a empujar fuertemente el peñasco. El Tlacuache le dice: empuja fuerte, pero muy fuerte; el Coyote hace su máximo esfuerzo, y hasta cierra los ojos de tanto esfuerzo. El Tlacuache en este momento huye. El Coyote sigue empujando, con todas sus fuerzas, pero ya se empieza a cansar, abre sus ojos y ya no ve a nadie. Pero como ya estaba muy cansado va soltando lentamente el peñasco y no pasa nada. Entonces, se da cuenta que sólo son las nubes las que se mueven, y dan la apariencia de que se cae el peñasco. El Coyote se siente de nuevo engañado, y se enoja mucho, y exclama: ahora sí, donde lo encuentre; me lo como, sí, me lo como; pues ya me engañó tantas veces.
De nuevo lo persigue por todas partes. Encuentra el Tlacuache y lo reclama. El Tlacuache le responde: yo no soy ése, ése es el Tlacuache del peñasco. Mira, yo aquí soy el Tlacuache de los borregos; yo cuido borregos. ¿Por qué no te comes uno de mis borregos? Me gustaría comerme uno, pero no puedo; le dije a Dios que ayunaría. Le dice el Tlacuache: bueno, yo ya me voy.Ahí te dejo mis borregos; te los regalo todos. Si quieres uno, sólo atrápalo. El Coyote, como ya tenía mucha hambre, dijo: ahora sí que voy a comer bien sabroso. Comenzó a corretearlos, y de repente, que se van sobre él muy enojados. No eran borregos, sino perros. Nuevamente, el Tlacuache engañó al Coyote. El Coyote se dice: ahora sí, donde lo encuentre, me lo como; sí, me lo como. Ya no me va seguir haciendo esto. El Coyote sigue caminando, ahí va.
Pronto, encuentra al Tlacuache; el Tlacuache está sobre un nopal, comiendo tunas. El Coyote le dice: ahora sí, te voy a comer; nada más me andas engañando. Me dijiste que eran borregos, y resultó que eran perros nada más. Mira Coyotito, ése que te engañó es el Tlacuache de los borregos. Mira, yo soy el Tlacuache de las tunas, tengo tunas muy sabrosas; están muy dulces. Cómete una. Bueno, si me la regalas. El Tlacuache pela una tuna y le dice al Coyote: cierra los ojos y abre tu hocico. El Coyote obedece, y así lo hace, abre su hocico y cierra los ojos. El Tlacuache le arroja la tuna en su boca; el Coyote la saborea y exclama: sí, está muy sabrosa, muy dulce. La come de buena gana. Le vuelve a decir el Tlacuache: ¿quieres otra? Sí. El Tlacuache pela otra tuna, y se la arroja al Coyote; también se la come con gusto. Pues, está bien sabrosa, muy dulce. El Tlacuache corta otra tuna, y le dice: cierra los ojos, y abre tu boca. El Coyote confiado lo hace, pero esta vez el Tlacuache no peló la tuna, se la arrojó con espinas. El Coyote se espina el hocico; grita mucho de dolor: ¡Ay, ay, ay! ¡Me duele mucho! Se rasca, trata de quitarse las espinas. Mientras, el Tlacuache huye. Cuando se repone, el Coyote exclama: ya me ha hecho muchas cosas, ese Tlacuache; ahora sí, donde lo encuentre, me lo como, me lo como.
Ya estaba muy enojado el Coyote; sigue caminando en busca del Tlacuache. Esta vez, no tardó mucho en encontrarlo. Ahora, el Tlacuache está sentado; está tejiendo un petate. El Coyote le dice: ahora sí, te voy a comer, porque nada más me andas engañando. Dizque ibas a pelar una tuna, y me la arrojaste así, con espinas. Le contesta: ése no soy yo. Mira, aquí yo soy el Tlacuache de los petates; ése que te engañó es el Tlacuache de las tunas. Mira, aquí estoy, apurando a terminar un petate porque ya vienen la lluvia y el granizo. El Coyote le dice: ahora sí te como. Sí, tú eres quien me engañó. El Tlacuache le contesta: no, yo no soy. Ya te dije que él es otro Tlacuache. Nosotros somos muchos. Yo soy otro. Mira, olvida eso. Siéntate aquí; te voy a enseñar cómo se teje un petate. Cuando ya terminaron el petate, el Tlacuache le dice al Coyote: Métete y siéntate. Luego te amarro para que no te mojes, y te entumas. El Coyote entró y se sentó dentro del petate enrollado. El Tlacuache lo amarra de los extremos y lo colgó en un árbol; y le dijo: Escucha, ya viene una fuerte lluvia con granizo. El Tlacuache juntó un montón de piedras, y se puso a apedrear al Coyote. Este gritaba, pues lo golpeó mucho. Gritaba mucho del dolor. El lazo se rompió y el Coyote que estaba envuelto en el petate cayó al suelo; se revolcaba del dolor. Mientras, ya se escapó el Tlacuache. De nuevo dice el Coyote: ahora sí, donde lo encuentre, me lo como; sí que me lo como, sí, sí. El Coyote sigue caminando en busca del Tlacuache. Como el Coyote estaba ayunando se sentía muy débil.
Rápido encontró al Tlacuache. Ahora el Tlacuache otra vez estaba cuidando animales; tenía muchos guajolotes. Le dice el Coyote: ahora sí te voy a comer; ahora sí, ya no te dejo escapar. Le dice el Tlacuache: ése que te engañó es el Tlacuache de los petates. Mira, aquí yo soy el Tlacuache de los guajolotes. Se ve como que tienes mucha hambre. El Coyote contesta: Sí, Dios me dijo que ayunara, y si lo logro, el me dejará comerme a los hombres. El Tlacuache le dice: Mira, yo ya me voy; ahí te dejo regalados todos mis guajolotes, y el Tlacuache se fue rápido. El Coyote, como ya tenía mucha hambre, dijo: Sí, voy a comer bien. Me los comeré a todos; qué rico, voy a comer. Comenzó a corretearlos, pero no podía agarrar a ninguno. Corre mucho y se va agotando. De repente, lo agarran de las patas y lo empiezan a golpear con sus alas, pues no son, en verdad, guajolotes. Lo que le dejó el Tlacuache eran zopilotes. Se enoja mucho el Coyote nuevamente; pues, ya lo había engañado otra vez el Tlacuache. Dice: Sí, donde lo encuentre me lo como; sí, me lo como.
No muy lejos lo encuentra. El Tlacuache está sentado en el suelo. El Coyote le dice: ahora sí te voy a comer; no te escaparás. El Tlacuache le dice: si me vas a comer, por lo menos permíteme decirle adiós a la tierra. Donde estaba sentado el Coyote había un agujero. Ahora el Tlacuache se voltea, y le dice al Coyote: Espérame tantito. Entró en su agujero. El Coyote esperó y esperó; pero el Tlacuache ya nunca salió. Así que el Coyote no puede comerse a los hombres porque no cumplió su ayuno; pues el Tlacuache no lo dejó hacerlo.
Aquí termina este cuento.
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